El Gobierno negó nuevos préstamos, pero el Senado aprobó RD$10,627 millones. Entre discurso y realidad, la credibilidad rueda por el suelo
Gobierno se contradice y hunde a RD en más deuda con la aprobación urgente de RD$10,627 millones. La farsa fiscal se rompió: prometer una cosa y hacer otra ya no engaña a nadie.
La mentira se derrumbó
En agosto recién pasado, el ministro de Hacienda de entonces proclamó con vehemencia que no habría más deuda. “No habrá nuevos empréstitos”, dijo, como si fuera palabra sagrada. Apenas semanas después, la realidad le pasó factura: el Senado aprobó de urgencia RD$10,627 millones en préstamos fresquitos. La promesa duró menos que un titular de prensa.
El déficit que desnuda al poder
El déficit fiscal a junio de este año fue de RD$242,870 millones, un 3% del PIB. Con ese hoyo en las cuentas nacionales, ¿a quién pretendían engañar con discursos de estabilidad? No es “reprogramación de fondos”, es falta de control y planificación, peor aún, falta de honestidad con la ciudadanía.
La credibilidad en terapia intensiva
Lo más caro no son los intereses de la deuda, sino la credibilidad que se desangra. Cuando el Gobierno dice “no habrá deuda” y al mes pide prestado, el mensaje es uno: la palabra oficial ya no vale un centavo. Y sin confianza, ni inversionistas ni ciudadanos creen en el cuento de la estabilidad.
Pan para hoy, hambre para mañana
Según el FMI, el 23% de los ingresos tributarios se va solo en pagar intereses. Es como vivir con la tarjeta de crédito al tope y pedir un aumento de límite para seguir aparentando solvencia. Cada préstamo es una soga más en el cuello de las futuras generaciones.
La farsa fiscal
Aquí no se trata de números fríos. Se trata de la capacidad del poder político de decir la verdad. No es un “ajuste técnico”, es maquillaje fiscal. Y cada vez que lo intentan, se nota más el truco barato: detrás de la sonrisa, el país está hipotecado hasta la médula.
Dejar los espejismos
Este Gobierno debería dejar de vender espejismos. No es sostenibilidad, es ficción fiscal. No es reprogramación, es deuda disfrazada. Y la pregunta es brutal: ¿quién pagará la fiesta cuando ya no quede crédito? La respuesta es obvia: usted, yo y los que todavía ni han nacido.
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