Ética y eticidad ciudadana: el reto urgente de cambiar nuestra cultura diaria para salvar la República Dominicana. Fuente externa.
La República Dominicana necesita recuperar la ética y elevar la eticidad para transformar la vida pública y privada de los ciudadanos
Ética y eticidad ciudadana
En nuestro país, hablar de ética se ha vuelto casi un lujo.
Esa palabra la escuchamos en discursos políticos, en sermones de domingo y en mensajes de redes sociales, pero en la vida real parece un concepto importado y ajeno.
Sin embargo, en la vida real se diluye. El problema no es la definición. Es la costumbre de actuar como si la ética no existiera.
Aquí, el pasaje completo debería ser normal. Devolver una cartera, también. Respetar el turno en una fila, ni se diga. En otros países, eso no es noticia ni pose.
Cuando alguien devuelve una cartera encontrada, lo celebramos como si fuera un acto heroico; respetar el turno en una fila es casi un gesto revolucionario.
Ahora bien, en otros países, esto no es noticia. En Japón, por ejemplo, la honestidad es tan normalizada que cada año se devuelven millones de dólares en efectivo perdidos, sin que nadie se quede con un centavo.
En Suiza, la gente deja su bicicleta sin candado en la calle y sabe que la encontrará en el mismo sitio. En Canadá, ceder el paso al peatón no es un acto de cortesía, sino un reflejo automático.
Comportamientos que erosionan valores
La diferencia no es genética ni mágica: es cultura ética, una eticidad interiorizada que se aprende desde la infancia y que está reforzada por las instituciones.
En esos países que he mencionado, incumplir la norma social te pone al margen de la comunidad; aquí, muchas veces, ser “vivo” y saltarse las reglas te convierte en admirado.
En nuestro cotidianidad, la falta de ética se manifiesta en lo pequeño y en lo grande: colarse en el semáforo, poner música como si la calle fuera una discoteca, usar la bocina del carro como arma de intimidación, o pelearse con violencia por un parqueo.
Violencia y ruido cotidiano
El ruido no es solo decibeles. Es un mensaje: “mi derecho va primero”. Por eso la convivencia se fractura. Además, la agresividad crece. Una queja por volumen alto termina en insultos. A veces, en golpes.
En cambio, Noruega y Dinamarca cuidan el silencio común. No por aburrimiento, sino por respeto. La comunidad no tolera madrugadas convertidas en fiestas privadas. Reclamar orden no provoca guerra. Genera acuerdos.
Allí, una comunidad no tolera que un vecino convierta la madrugada en un festival privado; aquí, reclamar silencio puede terminar en insultos o hasta en agresiones.
Ejemplos internacionales de eticidad
Por ejemplo, en Japón, devolver un objeto perdido es reflejo automático; en Canadá, ceder el paso al peatón no es un acto de amabilidad extra, sino una regla de oro.
En Suiza, la confianza entre ciudadanos es tan fuerte que dejar una bicicleta sin candado no se considera un riesgo.
Mientras tanto, aquí siguen frases que nos frenan: “el que no vocea, no lo oyen” y “sin diligencia no hay progreso”. Con frecuencia, esas “diligencias” significan saltarse reglas básicas.
Urgencia de elevar la eticidad
Incrementar la eticidad en nuestra sociedad significa pasar del “yo primero” al “todos ganamos”.
Requiere políticos sin privilegios irritantes o abusivos, que las empresas cumplan sus responsabilidades sin buscar atajos y evasiones fiscales.
También, que el ciudadano común entienda que botar basura en la calle, colarse en una fila o violentar al otro con ruido es parte del mismo problema que la gran corrupción.
Hay señales alentadoras. El Metro de Santo Domingo ha colaborado con esta cultura ética, invitando a los pasajeros a ceder los asientos a personas envejecientes, mujeres embarazadas y niños.
Poco a poco, la gente ha ido absorbiendo este nuevo comportamiento de eticidad. Lo que empezó como recordatorio por megafonía, hoy se está convirtiendo en una costumbre espontánea en muchas estaciones y vagones.
La ética no es una utopía extranjera. Podemos construirla desde lo mejor de nuestra cultura. La solidaridad, la cortesía y la cercanía, sí. Pero con un estándar firme: respeto, honestidad y responsabilidad innegociables.
Y elevarlas a un estándar donde el respeto, la honestidad y la responsabilidad sean innegociables.
El desafío de mirarnos al espejo
Y aquí viene lo incómodo: mientras sigamos celebrando al “tigre” que resuelve sin importar a quién pisa, mientras admiremos al que evade, al que roba, al que grita más fuerte.
Por esto, no tendremos autoridad moral para quejarnos de los políticos corruptos, porque ellos no son otra cosa que el espejo amplificado de nuestras propias trampas diarias.
La interrogante no es si podemos ser un país ético. La pregunta correcta es si tendremos el coraje. Empecemos hoy, con gestos simples y constantes. Hagamos de la decencia la regla, no la excepción.
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