Los presidentes Alberto Fernández, Jair Bolsonaro, Sebastián Piñera, Lenin Moreno y Nayib Bukele.                          Agustin Marcarian / Adriano Machado / Edgard Garrido / Tom Brenner / Jose Cabezas / Reuters


 

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El pasado 12 de marzo, durante una eucaristía virtual transmitida desde el Vaticano, el Papa Francisco dijo que rezaba «especialmente por las autoridades» de todo el mundo, quienes deben «tomar decisiones difíciles que no gustan al pueblo».

Sin dudas, la crisis sanitaria, económica y social que genera la pandemia de coronavirus, pone a prueba la capacidad de gestión de todos los gobiernos. Especialmente, de los que enfrentan mayores dificultades, ya sea por sus niveles de pobreza, sistemas de salud precarios, recesiones, deudas, descontento social u otras cuestiones.  

Menos de dos meses han pasado desde que se detectó el primer caso de la enfermedad en América Latina. Al día 2 de abril, la región ha superado los 188.000 contagios y más de 3.400 personas murieron tras haber contraído la enfermedad covid-19.

Con la aparición del virus en el continente, cada presidente ha tomado su propio camino a la hora de adoptar medidas para frenar la pandemia. Desde las cuarentenas más prontas y restrictivas, pasando por quienes intentaron demorar acciones preventivas para resguardar la economía, hasta posturas llamativamente relajadas en el manejo de la crisis. En todos los países esas decisiones reflejaron variaciones en la desconfianza o la aprobación de los ciudadanos.

«Van a morir, lo siento»

Brasil, el primer país en reportar un paciente infectado, el 26 de febrero pasado, suma más de 6.930 afectados y una cifra de muertos que superó los 240. Desde un primer momento, la administración de Jair Bolsonaro minimizó la problemática, a la que ha catalogado como una «gripecita», aunque, reconoció, una «gripecita» que puede tornarse fatal. «¿Van a morir algunos? Van a morir, lo siento», declaró.   

Es que Bolsonaro se niega a aplicar una cuarentena como lo han hecho ya casi todos los países vecinos, porque considera que frenar la economía provocará un «desastre». Incluso desafió las recomendaciones de su propio Ministerio de Salud, desarrollando actividades en la calle, con asistencia masiva. Firme en su postura, se enfrentó a gobernadores distritales que han aplicado internamente un aislamiento social ante el incremento exponencial de casos. 

EL presidente de Brazil, Jair Bolsonaro reacciona durante una marcha evangélica por Jesús en Brasilia, Brasil, el 10 de agosto del 2019. Fotografía tomada por Adriano Machado 10 de agosto 2019/ Reuters

La posición del jefe de Estado tiene un alto costo para su imagen: un estudio elaborado por la encuestadora Atlas Político, reveló que el 61 % de la población desaprueba la gestión del líder derechista frente a la pandemia. Además, entre el 18 y el 25 de marzo, su imagen negativa se elevó del 52 % al 57 %, mientras que la positiva cayó del 41 % al 39 %. En tanto, vecinos de varias ciudades del país protagonizaron cacerolazos desde sus domicilios, para rechazar el manejo de las autoridades.  

Reacciones tempranas, otros resultados

La contracara de Brasil es El Salvador, uno de los países que ha tomado medidas profundas desde el principio. Según un sondeo de la encuestadora mexicana Mitofsky, realizado en 11 países de Latinoamérica, el presidente Nayib Bukele, quien además de aplicar una cuarentena total anunció un ambicioso plan para sostener la economía, es el mandatario mejor evaluado por su gestión frente al coronavirus, con un 97 % de aprobación.

Fuentes: Encuestadora Mitofsky y *Encuestadora Atlas Político.

En segundo lugar le sigue Alejandro Giammatei, presidente de Guatemala, cuyas disposiciones han sido también radicales. Hasta el 31 de marzo, el país sumaba 39 casos en total y un fallecido. 

En Argentina, la «grieta» entre peronistas y antiperonistas parece haber cedido significativamente con la problemática sanitaria. Como nunca antes, funcionarios de espacios políticos duramente enfrentados se muestran alineados en el combate sanitario. En ese marco, la figura de Alberto Fernández, quien ha aplicado medidas drásticas para enfrentar al coronavirus, tanto en el plano de la salud como en lo social y económico, se afianza a buen ritmo, a pesar de haber registrado 1.133 casos y 31 decesos

El nivel de aceptación de su gestión frente a la pandemia es de 88 %, según Mitofsky, aunque para la consultora local Analogías, este número es mayor: el 94,7 % de la sociedad dijo estar «de acuerdo» o «muy de acuerdo» con lo hecho hasta el momento. Y su imagen positiva trepó al 93,8 %.

Distinta es la situación de Lenín Moreno en Ecuador. Después de atravesar meses turbulentos a finales de 2019, con numerosas protestas en las calles, el Gobierno se ha visto desbordado ante la cantidad de casos de coronavirus, y en especial, de muertos. 

En Guayaquil, la ciudad más afectada por la pandemia, se han visto cadáveres en las calles ante el colapso del sistema sanitario y de servicios fúnebres. Cientos de familiares de personas fallecidas han denunciado que llegaron a tener cuerpos en descomposición hasta cuatro días dentro de sus domicilios. 

A pesar de que se han cerrado las fronteras y rige un aislamiento obligatorio, solo un 14 % de los ecuatorianos aprueba la gestión de Moreno, según el estudio realizado por Mitofsky. Es el mandatario peor evaluado de la región, y tiene el mayor número de fallecidos después de Brasil. 

Un paramédico cubre el cadáver de un hombre durante el brote de coronavirus en Guayaquil, Ecuador, el 30 de marzo de 2020. Vicente Gaibor del Pino / Reuters

 

«Hubo distintas velocidades de reacción. Hubo gobiernos como el de Argentina, que no esperaron la presión social o política, sino que tomaron el tema de salud con seriedad desde el principio; y hubo otros que intentaron postergar la implementación de medidas para que el impacto económico sea el menor posible», explica a RT Bruno Dalponte, analista internacional e investigador en la Facultad Latinoamericana de Ciencias Sociales (FLACSO). 

«Ningún presidente ha inventado la pólvora ni descubierto algo brillante en sus planes. Lo que han logrado aquellos que aparecen con mejor aprobación es darse cuenta rápido de cuál es el potencial impacto del virus, y reaccionar temprano. Luego están las estratégicas de comunicación y las políticas específicas. Es fundamental comunicar con cierta calma, y no tomar medidas a las corridas, cuando ya todo está fuera de control», dice el entrevistado.

Pero, para Dalponte, más allá de los tiempos, en la evaluación de la gestión actual también juega, a favor o en contra, el nivel de desprestigio previo que cada mandatario tenía antes de la crisis del coronavirus. 

Las personas esperan por ayuda económica anunciada por el presidente de El Salvador, Nayib Bukele, en El Salvador, 30 de marzo de 2020. Jose Cabezas / Reuters

 

Basta observar el caso de Sebastián Piñera en Chile (19 % de aprobación y más de 3.400 contagios), o Iván Duque en Colombia (46 % y 1.065 infectados), dos presidentes que tuvieron que lidiar con el descontento social desde fines del año pasado, sobre todo Piñera. «Por una cuestión de matriz de pensamiento neoliberal, o por pensar en el bienestar del país como si fuera equivalente al bienestar de las empresas o la economía, ambos retrasaron lo más posible acciones que sin dudas enfrían la actividad. Pero, finalmente, con el aumento de casos, advirtieron el costo político y decidieron tomar otras decisiones», señala el especialista.

«En el caso de Lenín Moreno, además de esa imagen negativa previa, hay un sistema de salud pública sumamente deficiente o subfinanciado, a lo que se suma la situación crítica de Guayaquil, con imágenes muy impactantes para la opinión pública sobre lo que ocurre con las personas fallecidas que quedan en la calle», agrega.

En México, Andrés Manuel López Obrador, con 48 % de aprobación según la encuesta de Mitofsky, pareció al principio subestimar la situación, llegando a recomendarle a los mexicanos que salieran «a comer». El país ya superó los 1.378 casos positivos y las 37 muertes. «Creo que AMLO trató de minimizar la cuestión por temor a un desmadre de la población en situación de informalidad laboral, que es de alrededor del 60 %. De todas maneras, me pareció muy mal manejado desde el punto de vista de la comunicación, y un acto de irresponsabilidad enorme», analiza Dalponte.