No se puede disfrutar de una luna de miel entre dos fuegos

José Bujosa Mieses

José Bujosa Mieses

Soy político y periodista. Estudié ciencia de la información pública en la Universidad Autónoma de Santo Domingo (UASD), tengo 35 años de ejercicio del periodismo. Presidente en dos ocasiones del Colegio Dominicano de Periodistas (CDP). Miembro de la Federación Latinoamericana de Periodismo (FELAP).

Boda de Chino Bujosa y Emna.

Fue tanta la insistencia del compañero que me vi obligado a suspender la luna de miel luego de teorizar con Emna varios minutos para que entendiera que no podíamos disfrutar una luna de miel entre ‘’dos fuegos’’. 

Chino Bujosa, a la derecha, patrullando la zona constitucionalista con otro combatiente.

Chino Bujosa, al centro, junto a Alfredo Freites, a la derecha y otro combatiente no identificado.

Juan Miguel Román, dirigente del IJ4.

Tropas yanquis mantienen prisioneros a varios combatientes.

Yanquis disparando hacia la zona constitucionalista.

Tropas yanquis en plena acción disparando hacia la zona constitucionalistas.

Tropas yanquis en plena acción.

El 15, 16 y 17 de junio de 1965, la Zona Constitucionalista fue agredida militarmente por las tropas de ocupación de los Estados Unidos, con el objetivo de ocupar la ciudad intramuros, territorio libre donde se concentraba el ejército caamañista y los miles de combatientes civiles que se incorporaron al estallido de la revolución del 24 de abril de 1965.

Ese día, el pueblo dominicano defendió con arrojo la soberanía nacional, que fue pisoteada el 28 de abril cuando más de 42 mil marines invadieron el país para impedir el triunfo de la revolución constitucionalista.

Fui uno de esos jóvenes que, identificado con el lema de ‘’Dulce y decoroso es morir por la patria”, que enfrenté la embestida criminal de los intrusos que pretendían doblegar las ansias de libertad y de soberanía, que se expresaban con vehemencia infinita   en el territorio que el poeta Abelardo Vicioso calificó, en uno de sus poemas, ‘’Santo Domingo Vertical’’.

Recuerdo que estaba cumpliendo con mi responsabilidad de soldado de la patria en el Comando Euclides Morillo, que dirigía el comandante Pichy Mella, cuando al mediodía de ese 16 de junio el compañero Guaroa Ubiñas y yo íbamos a una misión al Comando de Colis Postal que estaba bajo los mandos de Ulises Cerón y Toribio Peña Jáquez.  Cuando el vehículo que conducía recibió una lluvia de balas disparadas desde la azotea de Los Molinos, detuvimos la marcha y abandonamos el vehículo arrastrándonos en el asfalto y ocultándonos detrás de decenas de tanques que estaban colocados a orillas del paredón de la Fortaleza Ozama. Así llegamos al Comando donde el comandante Pichy Mella nos esperaba, ordenándonos a todos protegernos de los morteros y tiros que caían a granel.  

Cerca de la 6:00 de la tarde, casi anocheciendo, el compañero Ulises Cerón, que estaba en el Comando de Colis Postal, pasó frente al Comando en un jeep a mucha velocidad desde donde nos voceaba -¡Retírense que los yanquis ya están en la Puerta de San Diego!- De inmediato, Pichy Mella nos reunió a Julio César Montandon, Guaroa Ubiñas y otro combatiente azuano de nombre Godofredo, para que lo acompañáramos con sendos galones de gasolina a incendiar el almacén de Aduanas que estaba frente al comando.

Fuego en las aduanas

La operación se cumplió a partir de una frase de Caamaño, quien les había advertido a los invasores que, si intentaban tomar por asalto la Zona Constitucionalista, la iban encontrar convertida en cenizas.

El incendio se extendió a otras naves deteniendo la ofensiva de los invasores; mientras, nosotros nos atrincheramos en el parque Pellerano Castro, ubicado detrás de la Comandancia del Puerto, donde estaba el Comando Euclides Morillo. Ahí pernoctamos en vigilia toda la noche, prestos a perder la vida si era necesario, defendiendo nuestra soberanía.

Recuerdo que esa fue la noche más larga del mundo. Estuve en trinchera con un fusil Zenith español, presto a disparar a cualquier invasor que osara romper los límites de la ciudad liberada.

Recuerdo que cerca de la 5 de la mañana, de aquel lúgubre amanecer del 17 de junio, el coronel Caamaño y su estado mayor decidieron inspeccionar las tropas del ejército constitucionalista y percatarse de las bajas causadas por la agresión militar yanqui los días 16 y 17 de junio.   

Frente a la trinchera, Caamaño se detuvo y con voz firme nos ordenó  permanecer en posición de combate porque se estaba a la espera de nuevas embestidas del invasor.

Uno de los combatientes le respondió. – ¡Váyase tranquilo coronel, que aquí no hay miedo!- Con una sonrisa se despidió de nosotros acompañado de su séquito integrado por: Montes Arache, Lachapelle, Diaz, Illio Capocci, Héctor Aristy, Claudio Caamaño, Gerardo Marte y otros.   

Ya controlada la situación, escuchamos el discurso del presidente Caamaño donde daba detalles del balance de muertos y heridos ocasionado por la agresión de los invasores, y exhortaba al pueblo combatiente a permanecer vigilantes con la moral en alto.

Cerca del mediodía marché en dirección a mi casa, ubicada en la calle Santomé esquina arzobispo Nouel, frente al hospital Padre Billini, quería visitar a mi madre pues tenía varios días sin saber de ella. Antes de visitar a mi madre, decidí entrar al hospital Padre Billini donde estaban la mayoría de los combatientes que habían caído heridos en los combates de esos días y también verificar los fallecidos que se encontraban en la morgue.

Les confieso que vi en los pasillos del hospital decenas de heridos que se quejaban de los impactos recibidos de balas y esquilas de morteros disparados por soldados de las tropas de ocupación norteamericana.

Entre los fallecidos fui conmovido, al ver una madre con su niño en brazo, con el rostro y piernas destrozados. La mayoría eran civiles, cuyas residencias fueron impactadas, por la lluvia de morteros y cañones. Después de tratar de calmar el llanto y el dolor de los heridos me retiré rumbo a mi casa con el alma destrozada.     

Al llegar, mi madre me recibió con un tierno abrazo susurrándome al oído que me cuidara que no tendría fuerza para soportar más víctimas en la familia.

La casa materna estaba llena de combatientes del IJ4, quienes la habían ocupado con la complicidad de mi madre, convirtiéndola en un Comando Logístico donde los muchachos del IJ4 se mataban el hambre y dormían sus siestas en tiempo de tregua.

Recuerdo, que días antes del intento de asalto yanqui a la zona constitucionalista en la Casa de Los Bujosa, se realizó una reunión del equipo político militar que dirigía el partido en la guerra. Ahí vi a Fidelio Despradel, Juan Miguel Román, Juan B. Mejía, Fafa Taveras, Cucuyo Báez, Jimmy Durán, Norge Botello, Pedro Bonilla, Homero Hernández, Amin Abel y Amaury German Aristy. En una de estas reuniones se delinearon los planes de ampliar la guerra a las regiones del país.

El 14 de agosto, en la zona constitucionalista se respetaban los acuerdos de cese al fuego y/o treguas que fueron establecidos por la Organización de Estados Americanos (OEA), y la Organización de naciones Unidas (ONU), como parte de la estrategia de las tropas invasores de desmovilizar el ejército constitucionalista y bajar su moral mientras se reunían con el gobierno constitucionalista buscando un acuerdo de paz.    

Ese día, decidí casarme con mi novia y combatiente de la revolución Emna Méndez, una de las muchachas del IJ4. La ceremonia nupcial se realizó en la capilla de la Iglesia del Carmen y la recepción en la Casa de Los Bujosa.

Milagros Pineda, hermana de Magaly le prestó a Emna un vestido de novia yo me coloqué un viejo traje color negro que había peleado en varias galleras. Mi tía Mireya fue la madrina y mi padre Benjamín Bujosa el Padrino. El doctor Héctor Dotel Matos, estaba entre los testigos

Al regresar de la capilla a la casa -¡Vaya sorpresa!- ahí estaban mis más cercanos compañeros del partido quienes al verme  me lanzaron  arroz y brindaron con champan por la salud de los esposos. Unos tiros se escucharon, disparado por un compañero, que, si la memoria no me traiciona, fue Evelio Hernández. los tiros al aire anunciaban la unión eterna de los combatientes de la revolución que decidieron casarse bajo las armas. 

Fue una boda inolvidable, todos la disfrutamos con vehemencia, pero en la noche de luna de miel, ocurrió que estando Emna y yo en la casa de mi tía Mireya, en la calle Polvorín, lugar que habíamos escogido para pasar esa noche tan especial, cerca de la 9 de la noche, se presentó  Moisés Blanco tumbando la puerta mientras voceaba  que  los brasileños habían roto el cese al fuego disparando  morteros y ráfagas de ametralladoras por lo que el partido había  ordenado una alerta general de sus cuadros militares.

Fue tanta la insistencia del compañero que me vi obligado a suspender la luna de miel luego de teorizar con Emna varios minutos para que entendiera que no podíamos disfrutar una luna de miel entre ‘’dos fuegos’’.