Francisco Alberto Caamaño Deñó camina por la ciudad Santo Domingo junto a Manuel Montes Arache, Gerardo Marte y Claudio Caamaño. (Milvio Pérez)

José Bujosa Mieses

José Bujosa Mieses

Soy político y periodista. Estudié ciencia de la información pública en la Universidad Autónoma de Santo Domingo (UASD), tengo 35 años de ejercicio del periodismo. Presidente en dos ocasiones del Colegio Dominicano de Periodistas (CDP). Miembro de la Federación Latinoamericana de Periodismo (FELAP).

PRD, PRM celebran 80 aniversario, natalicio, José Francisco Pena Gomez, Alcarrizos News Diario Digital
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Cuando llegué al comando constitucionalista en la calle Canela, el coronel Caamaño Deñó me urgió para que convenciera al doctor Molina Ureña de que saliera de la embajada y asumiera de nuevo sus funciones de presidente.

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En su elocuente narrativa sobre su participación en la Guerra del 24 de Abril de 1965, José Francisco Peña Gómez,  hablo de la formación del primer Comando Constitucionalista, su asilo en la embajada de México, el ascenso al poder del coronel Francisco Alberto Caamaño Deñó, la consulta al 14 de Junio sobre la decisión de juramentar a Caamaño en la presidencia de la República, ante la renuncia del presidente Rafael Molina Ureña, el soborno que le hizo un diplomático de la Embajada de los Estados Unidos vinculado a la Agencia Central de Inteligencia (CIA) y sus detenciones y encierros en una celda inmunda en Puerto Rico junto a drogadictos y otros delincuentes. Su rechazo a la acusación de cobarde hechas por algunos de sus detractores. Resalta el rol protagónico del coronel Lachapelle Diaz y aclaró    que nunca se consideró dueño de la empresa de la revolución pues no fue su símbolo ni su héroe militar. Sin dejar de reivindica su humilde participación, la que nadie puede negar porque está escrita en las páginas de la historia y en las paredes de las solitarias del Palacio de la Policía.

A continuación, su testimonio

Los grupos armados del PRD estuvieron dirigidos por el joven Carlos Gómez Ruiz, quien regresó clandestinamente al país en un barco procedente de Puerto Rico con instrucciones de organizar el primer comando de la revolución. El compañero Tony Raful hizo una enumeración bastante exacta de los oficiales que participaron en la revolución de abril. Entre los oficiales que sobresalieron gallardamente en los combates figuran el coronel Jorge Gerardo Marte Hernández, a quien conocí un mediodía cuando me visitó en los estudios de Radio Comercial para reclamarme por un ataque injusto que yo había lanzado contra él.

El coronel Marte fue siempre el principal lugarteniente del coronel Caamaño y con él se cubrió de gloria en la célebre batalla del puente. El otro oficial valeroso que secundó la acción del coronel Caamaño fue el coronel Dente Canela Escaño.

Debido a que el comandante Manuel Ramón Montes Arache se encontraba en el exterior durante la etapa de la conspiración, sometido a un tratamiento de rehabilitación por las graves heridas que recibió en una explosión y su regreso prácticamente coincidió con el estallido de la revolución, no pudimos conocerlo antes del movimiento.

Barón Suero Cedeño, Ramón Ledesma Pérez, José Rafael Molina Ureña, Gustavo Machado Báez, Nasim Hued, Antonio Rodríguez, Críspulo Florián y otros compañeros, entre los que cabe mencionar a Domingo de la Mota, estuvieron estrechamente ligados a la conspiración con nexos directos con el profesor Juan Bosch y ayudaron a formar el primer comando armado de la revolución.

Un punto que vamos a aclarar de nuevo, porque lo hicimos ya hace varios años en un discurso, es el que se refiere a mi asilamiento en la embajada de México en la noche del día 27 de abril.

Ese día permanecí en horas de la tarde en los estudios de Radio Santo Domingo Televisión coordinando transmisiones. La radioemisora era protegida por el mayor Juan María Lora Fernández. Sin embargo, en la tarde, el compañero Plinio Antonio Vargas Matos me informó que la planta estaba totalmente desprotegida porque los militares y buena parte del personal se habían marchado para el puente donde se estaba librando la batalla decisiva contra las tropas del CEFA.

Contrariamente a lo que suponen quienes se han dedicado a denostarme, decidimos acudir al puente Duarte a cerciorarnos de lo que estaba pasando y para comprobar si nuestros servicios podrían ser de utilidad. Con este fin me dirigí con un soldado que me servía de escolta a la residencia del ex dirigente del 14 de Junio, José Eligio Bautista (Mameyón), acompañado del profesor Héctor Cabral Ortega, de varios combatientes y no recuerdo si también me acompañó el comentarista Tomás Pujols Sanabia. En el preciso momento en que llegamos a la avenida Duarte, observamos que los soldados de San Isidro hablan cruzado el puente y se encontraban prácticamente sobre la avenida Duarte, mientras soldados y gente del pueblo corrían.

En estos momentos no había ningún jefe importante ni tropas que contuvieran el avance de los soldados del CEFA, pues los jefes militares y civiles de la revolución se encontraban en la embajada americana, reunión de la que no había tenido ninguna noticia.

Tanto yo como mis acompañantes, comprobamos que efectivamente en aquellos momentos la revolución estaba completamente derrotada, de tal manera que los compañeros que se devolvían, mientras progresaba el avance del CEFA, nos hacían señas de que retrocediéramos y los vecinos del lugar cerraban sus puertas y el desconsuelo se apoderaba de todos.

Sin ninguna capacidad para resistir aquella arremetida, decidimos retirarnos e investigar que había ocurrido realmente que nos había conducido a aquel desastre.

Cuando visité varias residencias de altos dirigentes del PRD me informaron que todos los líderes de la revolución se habían asilado después de sostener una entrevista con el embajador americano.

Esa fue la información que recogí en la residencia del compañero José Desiderio Ares Maldonado y en la del compañero José Brea Peña. Me encontré en la avenida Lope de Vega con el poeta Jiménez Belén y junto a Tomás Pujols Sanabia y el soldado que me acompañaba, decidimos refugiarnos en la residencia de la hermana del profesor Juan Bosch, mi comadre doña Angela Bosch de Ortiz.

Cuando nos acercábamos a la puerta de la vivienda, vimos avanzar hacia nosotros en apretadas filas a varios ofíciales del Batallón de Montaña, que desde San Cristóbal habían sido sublevados por el general Montas Guerrero y puestos al servicio de las fuerzas anti constitucionalistas, después que el movimiento rechazó una demanda de incorporarlo al gobierno del doctor José Rafael Molina Ureña junto al general Belisario Peguero.

Rápidamente las tropas de San Cristóbal le pusieron cerco a la residencia, pero yo logré escapar por los patios traseros. Los soldados le dispararon al raso que me custodiaba hiriéndolo en una pierna, pero yo pude alejarme de la peligrosa emboscada cuando el compañero Virgilio Ortiz Bosch me trasladó a la residencia del señor Eddy Bogart.

Antes de abandonar la casa de mi comadre doña Angela Bosch de Ortiz, ésta me manifestó que debía buscar refugio en una embajada, porque el doctor Molina Ureña y los jefes militares de la revuelta habían buscado asilo diplomático después de haber sido derrotados en el puente. Me informó, asimismo, aun en la embajada americana se había producido una reunión en la que había tomado parte Hernando Ramírez y Molina Ureña y que después se había producido el asilamiento.

Estas informaciones las escucharon mis acompañantes Tomás Pujols Sanabia y el poeta Jiménez Belén.

Interesado en corroborar le información que me ofreció doña Angela Bosch de Ortiz, llamé al señor Vicent Bloker a la embajada americana y le solicité que me informara si era cierto que había celebrado una reunión en la sede diplomática tras la cual los jefes de la revolución se habían asilado. Me respondió que sí y acto seguido me reprochó con cólera que yo era el principal responsable de lo que había ocurrido porque había infiltrado el movimiento de comunistas y lo había engañado.

Le respondí al señor Bloker que no tenía ninguna información sobre participación de los comunistas en el movimiento, ya que los grupos de izquierda jamás confiaron en la tesis del retorno a la constitucionalidad sin elecciones, tal como lo predicaba el PRD.

El señor Bloker concluyó la conversación rápidamente, no sin advertirme que yo era la primera cabeza buscada por los militares porque me juzgaban el principal responsable de lo ocurrido. La discusión entre el señor Bloker y yo fue violenta y dándome cuenta de que revelaría rápidamente el lugar donde me encontraba, me trasladé de inmediato a la residencia de la señora Zaida Ginebra, donde celebramos una reunión de emergencia con dirigentes del partido, participando, entre otro don Máximo Lovatón Pittaluga, el doctor Luís E. Lembert Peguero, llamado después el ministro Combatiente y el profesor Pablo Rafael Casimiro Castro entre otros. Todos teníamos como única noticia la derrota de la revolución y el asilamiento de los líderes militares y del doctor José Rafael Molina Ureña.

Los perredeístas no conocíamos al coronel Montes Arache ni conocíamos todavía al coronel Caamaño como jefe del movimiento, puesto que para nosotros los jefes eran el coronel Hernando Ramírez, el capitán Peña Taveras y el doctor Molina Ureña.

Todos me aconsejaron el aislamiento y esa misma noche me llevaron a la embajada de México donde nos juntamos con José Brea Peña, Antonio Martínez Francisco, Pablo Rafael Casimiro Castro y Ledesma Pérez.

No estaba todo perdido

Cuando creíamos que todo estaba perdido, escuchamos a Radio San Isidro que invitaba a Montes Arache y al coronel Caamaño a la rendición y nos dimos cuenta inmediatamente que no todo estaba perdido. Al día siguiente se produjo la invasión norteamericana y el profesor Juan Bosch ordenó a uno de nuestros críticos que nos sacara de la embajada, El doctor Molina Ureña me prometió que, así lo haría y preparamos una ambulancia que cruzó el cordón de Seguridad y lo procuró en la embajada.  

El doctor José Rafael Ureña tuvo un buen comportamiento en los primeros días de la guerra, pues rechazó las invitaciones que se le hicieron para formar una junta militar y resistió el bombardeo al Palacio Nacional.

Ese dirigente que prometió enviarnos un vehículo, para salir de la embajada y no lo hizo, fue  el responsable de que aguardáramos otro día hasta que la señora Annerys de Estévez y la esposa del doctor Ledesma Pérez fueran a buscarnos en un automóvil. En esos momentos, ya los soldados del CEFA, con protección norteamericana, se habían adentrado en Gascue y se nos congeló la sangre cuando pasamos cerca de un tanque y uno de los miembros de la tripulación intentó identificarnos.

Cuando llegué al comando constitucionalista en la calle Canela, el coronel Caamaño Deñó me urgió para que convenciera al doctor Molina Ureña de que saliera de la embajada y asumiera de nuevo sus funciones de presidente.

No estuvo en la catedral

Inmediatamente después que se le comunicó al profesor Juan Bosch el fracaso del intento de traer de regreso a la revolución al doctor Molina Ureña, éste decidió que el propio coronel Caamaño debía ser el presidente de la República, en medio de la sorpresa de éste, que ciertamente se había agigantado sobre el campo de batalla rechazando la invitación que le hizo a la rendición el embajador Tappley Bennet y regresando al puente en unión del coronel Montes Arache, Marte Hernández y Lachapelle, para hacer retroceder a las tropas de Wessin.

La noticia de que el coronel Caamaño sería el nuevo presidente de la República después que había asumido la jefatura militar de la revolución, por haberse enfermado y asilado Hernando Ramírez, causó expectación en el bando constitucionalista.

A mi me tocó discutir la situación con los dirigentes del 14 de junio que estuvieron representados por el ingeniero Jaime Durán y Fidelio Despradel, quienes olvidando antiguas diferencias prometieron respaldar el nuevo presidente constitucional y jefe máximo del movimiento.

Quiero rechazar por calumniosas las afirmaciones de un supuesto historiador que asegura que en algún momento buscamos refugio en la Catedral y desmentir categóricamente que sostuviéramos ninguna relación sospechosa con el señor Vicent Bloker, el agente de la CIA a que se refiere un documento norteamericano.

Conocía desde el año 1964 al señor Bloker, quien se nos había presentado como un liberal kennediano y un agregado político de la embajada americana. Una noche, sin embargo, el señor Bloker se presentó a mi casa y me tocó la puerta. Lo invité a sentarse y me manifestó que se había dado cuenta que me encontraba en pobre estado y que mis hijos pasaban penurias. Me dijo que un grupo de personas influyentes en Washington me habían escogido para trazar con ellos la política del país a través de él, y que, además, me ayudarían a mejorar mi situación económica y la de mi familia. Esto ocurrió a principios de 1965.

Apresado en Puerto Rico

El señor Bloker me pasó un sobre conteniendo una suma indeterminada de dólares, que yo tomé en mis manos y le devolví inmediatamente, expresándole que le agradecía la distinción, pero que no aceptaba ese dinero, porque hacerlo equivaldría a traicionar mis principios y mi conciencia. Le prometí, sin embargo, que no lo denunciaría porque me di cuenta que una fuerza todopoderosa estaba detrás de él.

Poco después de aquella reunión acudí a San Juan de Puerto Rico a rendirle un informe al profesor Juan Bosch de la marcha de los acontecimientos en el país y para recibir sus instrucciones. Creo que fue a finales de febrero o a principios de marzo, cuando era un secreto a voces que había una gran conspiración de los constitucionalistas.

Cuando llegué a Puerto Rico fui apresado inmediatamente en el Aeropuerto de Isla Verde y llevado a las oficinas de inmigración, donde funcionarios norteamericanos me interrogaron y me dieron un plazo de 24 horas para que abandonara la ciudad de San Juan.

Regresé esa misma noche al país e inmediatamente se presentó a mí el señor Bloker para decirme que su embajada tenía informaciones de que desde Puerto Rico se gestaba un movimiento conspirativo en el que se involucraban a civiles y militares, incluido yo, y que quería que le confirmara como amigo, qué había de cierto en esas informaciones.

Le respondí que ni Juan Bosch ni yo teníamos nada que ver con ningún movimiento subversivo y le dije que su información parecía ser errónea.

El señor Broker se marchó y cuando la revolución estalló se dio cuenta de que lo habían engañado y por eso me hizo las graves acusaciones en la tarde del 27 de abril. Su afirmación de que denuncié supuestos comunistas es completamente disparatada, porque fue él quien me acusó de dar cabida a la izquierda en el movimiento.

A partir de aquel momento sufrí muchos vejámenes en territorio norteamericano por parte de los servicios secretos de esa nación y de los funcionarios de inmigración.

Es inconcebible, por lo tanto, que la gente del PLD pretenda presentarme como ligado a un agente de la CIA cuando lo cierto es que por mi independencia política y por mi participación en la revolución de abril, fui apresado por lo menos en tres ocasiones en territorio norteamericano.

Enmanuel Espinal, que me acompañó a Estados Unidos en el mes de octubre del año 1965, debe decirles a sus compañeros del PLD que en presencia de él agentes secretos norteamericanos me hicieron preso y me encerraron en una inmunda prisión de drogadictos, beodos y ladrones y que fue necesario mover las influencias del segundo hombre en poder de la Casa Blanca para sacarme de allí. Cuando en actitud de desagravio, el señor Bundi me recibió en la Casa Blanca, le relaté la forma desconsiderada en que me había tratado el señor Bloker y sus superiores lo sacaron inmediatamente del país.

El jefe de los Asuntos del Caribe, que lo era Allan Stuart, me mostró una lista de supuestos y reales comunistas, que había preparado el gobierno de los Estados Unidos.

En la lista figuraba mi nombre, pero por disposición de Bundi se me excluyó de la misma. Sin embargo, durante varios años seguí siendo molestado por las autoridades de inmigración cada vez que visité territorio norteamericano, volviendo a ser apresado en el año 1971 en San Juan de Puerto Rico, cuando realizaba la campaña contra el terror.

No soy cobarde

Fue en el año 1978, poco antes de las elecciones, cuando un funcionario de la embajada americana me comunicó que definitivamente mi situación había sido regularizada.

Es difícil que ninguno de los que pretenden arrojar dudas sobre mi nombre hayan sido apresados en tres oportunidades por los servicios secretos norteamericanos, como lo he sido yo, pero si se escribe la historia en nuestro país, por los intelectuales comprometidos con quienes sólo les interesa promover sus organizaciones políticas al precio de alterar la verdad, la acusación de cobardía no me cuadra, después de tantos enfrentamientos con los poderosos.

Si haberme ocultado en un momento en que creí, errónea pero justificadamente que la revolución estaba perdida es un crimen, entonces habría que aplicarle el mismo rasero a Manolo Tavárez, que antes de irse a las montañas se refugió en la embajada de México o al propio coronel Caamaño que en un momento de transitorio desaliento se refugió durante una noche en la embajada de Ecuador o al capitán Peña Taveras, cuyo valor nadie discute o a los coroneles Boumpensiere y Hernando Ramírez.

No soy el dueño de la empresa de la revolución. No fui su símbolo ni su héroe militar, pero mi humilde participación nadie puede discutirla, porque está ya escrita en las páginas de la historia y en las paredes de las solitarias del Palacio de la Policía.

Héctor Lachapelle Díaz

Uno de los héroes de la revolución constitucionalista cuyo nombre muchas veces se omite es el del hoy general Héctor Lachapelle Díaz.

Héctor Lachapelle era el hombre de mayor confianza del coronel Hernando Ramírez y después, pasó a ser jefe de operaciones del Ejército constitucionalista. Fue él quien realizó la toma de Radio Santo Domingo y quien capturó el tanque AMX que sirvió luego para abrir el camino que culminó con la toma de la Fortaleza Ozama.

Héctor Lachapelle, junto a Peña Taveras y Hernando Ramírez, fueron los delegatorios de los constitucionalistas que rechazaron la invitación a formar una Junta Militar que le formularon los representantes de San Isidro, coroneles Pedro Medrano Ubiera y Pedro Bartolomé Benoit.

Héctor Lachapelle Día combatió junio al mayor Núñez Nogueras cuando éste fue herido en San Carlos y participó también en la batalla del Puente Duarte, junto a los residentes del barrio Mejoramiento Social.

El día 15 de junio de 1965, el hoy general auxilió al compañero Pedro Bonilla Mejía, jefe del Comando B-3, cuando éste fue herido y después valientemente cruzó la calle Mercedes con esquina arzobispo Meriño bajo una lluvia de balas, siendo gravemente herido, y detrás de él y su ayudante el compañero Saldaña.

Héctor Lachapelle Díaz era el jefe de los conjurados del grupo de la Bomba y su entusiasmo fue vital para mantener encendida la fe en el movimiento constitucionalista.

Este gran comandante de abril estuvo en todos los escenarios de la guerra y su nombre no debe ser regalado al olvido porque su actuación lo coloca al nivel de uno de los principales protagonistas de la gran hazaña de 1965.